Las posibilidades de innovación no se agotan en absoluto. El progreso técnico siempre abre nuevos caminos para el diseño innovador. Pero el diseño innovador siempre se crea en conjunción con la tecnología innovadora y nunca es un fin en sí mismo.

Compramos un producto para poder usarlo. Debe cumplir con ciertos criterios, no sólo funcionales, sino también psicológicos y estéticos. Un buen diseño enfatiza la utilidad de un producto e ignora cualquier cosa que se interponga en el camino de esa utilidad.

La estética de un producto es un aspecto integral de su uso, ya que los productos que utilizamos a diario influyen en nuestra personalidad y bienestar. Pero sólo lo que está bien hecho puede ser también hermoso.

Aclara la estructura de un producto. Aún más: da un lenguaje de producto. En el mejor de los casos, se explica por sí mismo.

Los productos que sirven a un propósito son como herramientas. No son ni objetos decorativos ni obras de arte. Por lo tanto, su diseño debe ser neutral y sobrio para crear un espacio para la autointerpretación humana.

No hace que un producto parezca más innovador, más potente o más valioso de lo que es. No trata de manipular al consumidor con promesas que no se pueden cumplir.

Evita las tendencias y por lo tanto nunca parece anticuado. A diferencia de los diseños de moda, dura más que los años, incluso en la sociedad desechable de hoy en día.

Nada debe dejarse a la arbitrariedad o al azar. El cuidado y la precisión en el proceso de diseño son una señal de respeto al consumidor.

El diseño contribuye de manera importante a la preservación del medio ambiente. Conserva los recursos y minimiza la contaminación física y visual.

Menos, pero mejor - porque el foco está en lo esencial y los productos no aparecen innecesariamente sobrecargados. Volver a lo auténtico, volver a lo simple.